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Camilo

 

Hubo una época, tampoco hace tantos años, donde en mi España, es decir, en mi barrio, las huelgas se fraguaban en una Iglesia. Ahora al parecer no se puede entrar en ellas, porque dicen que están llenas de pedófilos, pero entonces era así. Para entrar en aquella había que descender, sin metáforas. Por una escalera, y en un sótano, estaba. Siempre hubo otra Iglesia con más abolengo, torreón y demás, pero esa se dedicaba al negocio de bodas y bautizos.

Sin embargo, en esos tiempos el cura de aquella, Camilo, daba la comunión con patatas fritas. Aquél hombre nunca nos preguntó a ninguno cuantas veces te tocabas, ni cosas de esas. Estaba ocupado con esconder pancartas, folletos y otras cosas que de vez en cuando le traían un montón de gente que llegaba allí con los zapatos embarrados, puesto que las calles no estaban asfaltadas. Otros tiempos, ya digo.

El caso es que cuando acababa la catequesis nos mandaban a los críos fuera, y aquellos hombres, con Camilo, hablaban de dignidad, trabajo, represión y un montón de cosas que por aquel entonces no entendía. Y Camilo asentía, y otras veces pedía calma.

Un día cerraron la iglesia y aquellos hombres se fueron con sus discursos a otra parte. A Camilo nunca más le vi. Corrían leyendas de donde le habían mandado. Incluso hay quien afirma que colgó la sotana y se casó. Derivaron el tráfico de comedores de patatas a la otra iglesia de mi barrio. Una muy grande con campanario, órgano y demás, que llevaba bastante tiempo de capa caída, ya que allí guardan imágenes de pasos y cuadros, pero no banderas, pancartas y pasquines. Cuando la reabrieron ya por aquel entonces las calles estaban asfaltadas y no había más zapatos sucios, las gentes que la habitaron no daban patatas fritas, sino que al parecer era una especie de asociación subvencionada por aquellos que no las asfaltaron. Integristas católicos, los llaman. Esos de que lo que ha unido la Iglesia no lo separa ni Dios, y cosas así. Y se oían cantos de alabanza al señor y una canción que nunca logré entender. Nada de proclamas.

Cómo no podía ser de otra manera, les tocó una Loto. Mil millones de pesetas, de aquel entonces, porque Dios, y debe ser el suyo sin duda, existe, o al menos para ellos. La volvieron a cerrar, la Iglesia, hasta que la reabrieron unos evangelistas. Ahora ya no se si dan patatas, o esperan que les toque la lotería, o alguna señal divina, pero no creo que tengan opciones. Los señores de los zapatos manchados han sido sustituidos por otros con la piel algo más oscura, que hablan con acento raro, y que creen que si rezan les volverán a dar trabajo en este paraíso llamado España. Bueno, que tiene su público digo.

Yo sin embargo me sigo acordando de Camilo, y aquí lo dejo escrito.

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